Todo tiene un final: Nápoles + Sorrento


Durante la última noche de Barcelona solo dormimos un par de horas ya que el vuelo a Nápoles salía muy temprano y no quedó otra que madrugar.  Fue tal vez la única ciudad donde dormimos tanto. En parte porque todos los Km recorridos pasaban factura, pero también porque no conectamos del todo con la misma.

Llegamos a nuestro destino antes del mediodía y conocimos a nuestra anfitriona, Ángela,quien  no hablaba ni una sola palabra en español. Pero por suerte contábamos con Tania, su hija adolescente, que hablaba inglés y para nosotras era más que suficiente. A Ángela la vimos tan solo un par de minutos porque se tenía que ir al trabajo, pero nos dijo de todo como aprovechando cada milésima de segundo. Tania fue la encargada de mostrarnos el departamento. El mismo era muy pequeño, pero cómodo. Algo así como la casita de los enanitos de blanca nieves. Algunas gentes malas dirán que estaba justo a mi altura...

Nos duchamos y partimos a recorrer Nápoles. EL primer encuentro fue algo caótico. Nos encontramos con una versión italiana de microcentro u Once. Mucho ruido en las calles con gente que corría o andaba apurada por todas partes. Estos fueron algunos factores que desafortunadamente nos recordaba a nuestra, para nada extrañable, rutina.

Esperábamos con ansias el reencuentro con las pastas italianas. No obstante, durante el almuerzo en un restaurante familiar aledaño al departamento, nos llevamos una pequeña desilusión. Roma había subido la vara muy alta, definitivamente. Los fideos que probamos ese día tenían más pinta de lo que estaban, pero fue una buena forma de recargar energías de todas formas.

 


 Continuamos caminando y decidimos tomar el metro para conocer un poco más. Pero la verdad, el cansancio tampoco estaba siendo de buena compañía durante este trayecto. Entramos a una catedral y dimos un breve recorrido por el museo arqueológico. Los bostezos ya eran alevosos, nuestras ansias de recorrer estaban siendo claramente opacadas por esas pocas horas de sueño. Sin dar muchas vueltas decidimos retornar al departamento. Compramos algunos snacks que quedaron como provisiones para el día siguiente, porque morimos del sueño literalmente al acostarnos. 





Pompeya fue nuestro objetivo. Esta ciudad había sido sepultada en el año 79 por la erupción del Vesubio y años más tarde por la grabación de Pink Floyd de su DVD Live at Pompeii ( bueno, tampoco exageremos, pero…) Horas más tarde tomamos el mismo tren y nos fuimos directo hacía Sorrento. Allí decidimos darle una nueva oportunidad a la pizza italiana, sin embargo, ésta sigue muy abajo en el podio sin poder superar si quiera la argentina.

 

  

Le dedicamos solo unas cuantas horas a Sorrento ya que no estábamos muy confiadas con el horario del tren. Calles empedradas, vista hacía la costa amalfitana; nos sorprendió para bien y debo admitir que su paz y tranquilidad hicieron que la prefiera por sobre Nápoles. Esas vistas tientan a una a volver y perderse en esos paisajes bajo un clima más cálido.  El atardecer se pronunciaba lentamente pero  previamente a llegar al departamento hicimos una parada en la estación Toledo. Es una avenida céntrica pero que no está muy alejada de ser nuestra calle florida, pero aprovechamos para pasear un poco más. 


Cuando llegamos nos encontramos con la sorpresa que no había Wifi. No le dimos mayor importancia al comienzo. Nos pusimos el pijama, acomodamos las valijas y cenamos. Pero claro, cómo llamar un taxi o uber al día siguiente que teníamos que ir temprano al aeropuerto. Las valijas ya no eran tan fáciles de transportar por varios metros, entre ellas una de Tam que llamamos “Terminator” (grande, pesada e incómoda que cada tanto una de sus rueditas decidía hacer paro)  Así que, ¿Qué hicimos? Lo que cualquier persona normal hubiese hecho. Salimos en pijama a tocar timbres hasta dar con Ángela y Tania. Nos dimos cuenta que las mismas no vivían ahí así que increpamos a una vecina que por suerte nos ayudó a pesar de hablar muy poco inglés y cero español, y no llamó a la policía (dos locas en pijama, desesperadas por enviar un mensaje). Le mangueamos conexión a wifi para poder escribirle a la propietaria y la mujer muy amablemente nos prestó su teléfono para hablar directamente; Fue medio una conversación de locos, inglés, tano, castellano, Ángela gritándole a la hija y la pobre Tania que traducía.

Finalmente fueron al día siguiente antes de que nos vayamos y nos ayudaron, ambas, a llevar las valijas a tomar un taxi. Es increíble, pero un buen gesto o simplemente la buena voluntad pueden hacer que el mal trago pase a un segundo plano y todo quede como ahora, en una de las tantas anécdotas bizarras.

Habíamos comenzado la vuelta a casa. Habrá algunas reflexiones randoms que se me escaparon en estas crónicas insulsas, pero que merecen una mención aparte. No hace falta aclarar, pero mi corazón quedó en Roma y si bien como amante de la pizza que soy, me llevé un chasco importante con ese plato, ese dato queda completamente opacado por lo superlativamente bello que es todo el resto. Nápoles no nos agradó mucho, Sorrento nos cautivó con muy poco e Italia se convertiría en una vuelta obligatoria a futuro para quien escribe.

Alejandra


Próxima expedición, Barcelona.

El viaje ya iba por la mitad y aún nos faltaba Barcelona.  Debo admitir que mis expectativas sobre esta ciudad eran bastante grandes y su encanto no logró cautivarme por completo. 


Llegamos por la tarde del 23 de febrero, compramos el ticket del bus en cuestión, y emprendimos camino hacía al departamento donde nos hospedaríamos.  Giancarlo, nuestro contacto en AirBnb no iba a estar ese día así que quien fue la encargada de recibirnos fue Viviana, su pareja. De Brasilia, la misma no fue muy comunicativa con nosotras al llegar. Por momento me sentí algo incómoda ya que contrarrestaba bastante con nuestros anteriores anfitriones. Más tarde, su voz cobró  otro tono y nos confesó no manejar muy bien el idioma español. Hace dos años que vive allí junto a su familia y aún no logra adaptarse “Parece que quieren Barcelona solo para ellos”. Bruno, su hijo de unos 8 años aproximadamente, tampoco logra encajar en la escuela. Realmente el idioma crea una distancia irreparable y esa incomodidad se transformó solo en brillo en sus ojos al hablar del calor latinoamericano. Es interesante  conocer estas historias y ver esos grises que ante los ojos turistas pueden pasar por alto.

Dejamos nuestras cosas, y sin perder ni un minuto más salimos a recorrer un poco. En principio hicimos un vistazo general de todo. Caminamos por la Rambla que brillaba por si sola entre luces y puestos de comida. Nos encontramos con La Boqueria, un mercado inmenso cuna de todo tipo de alimentos, constituye una verdadera atracción turística. Dimos un par de vueltas y el hambre ya no podía seguir siendo ignorado. A diferencia de Berlín, para nuestro alivio, los lugares no cierran tan temprano y nos dimos con el gusto de comer una paella, acompañada de una tortilla de papa, cerveza y sangría (algo así como clericó con vino tinto) Finalizamos la noche sentadas frente a Port Vell observando a las gaviotas dormitar sobre el agua. Decidimos seguir su ejemplo y retomamos nuestro rumbo al departamento.





Al día siguiente nos esperaban dos obras del maestro Gaudí. Por un lado La Sagrada Familia, cuya inmensidad arquitectónica deja anonadado a quien ose en posar sus ojos sobre cualquiera de sus rincones. Tal vez en otro momento de mi vida el impacto hubiese sido mayor, no obstante, no llegué a sentirme interpelada en profundidad por este lugar. Desde el comienzo, Tam, se vio obligada por unos de sus guardias a dejar su pañuelo verde en la entrada. La impronta religiosa, me hizo sentir cerca de una de las cosas que menos me atrae de Bs As, y es esa dificultad de separar la religión en algunos ámbitos. Si bien hablamos de una obra emblemáticamente de la liturgia religiosa, es concebida también como una maravilla de la arquitectura que puede ser apreciada sin importar la creencia de cualquiera de sus visitantes. 
 

En las calles se veían carteles de protesta, pidiendo por la liberación de presos políticos. La ciudad hoy en día está llevando a cabo el juicio a los independentistas catalanes. Se puede percibir esa división en la sociedad con respecto a ese tema y sin ir muy lejos, presenciamos desde lejos una pequeña manifestación al respecto.


Nuestra próxima visita fue la Casa Batllo. Una de las peores decisiones tomadas sin dudas. La entrada, cara, solo nos permitió visitar un retazo de esta casa construida también por el genio Gaudí, ya que en gran parte se encontraba en refacción. Una verdadera pérdida de tiempo y dinero. Y la verdad que ya observar edificios donde vivieron solo un par de personas rodeadas de lujo y más lujo, comenzaba a molestarme un poco.


Algo similar nos sucedió al día siguiente en el Park Güell. Pero por suerte pudimos recorrer bastante a pesar de un sector estar cerrado al paso por refacción. Luego de las típicas fotos y selfies obligadas de todo turista  nuestro camino continuó hacía Barceloneta. Almorzamos, de forma abundante, cabe destacar y fuimos hacía la costa. Contemplar el mar, la paz, bajo el sol, me permitió aclarar algunas cosas en mi mente, que ya bastante enroscada venía. Se aclaró tanto, que en medio de un recorrido entre las piedras, pisé mal y me comí un golpe importante, que incluyó empaparme de forma parcial. Mal humor, dolor, frio, calor.  Barcelona me estaba haciendo pagar derecho de piso de forma literal. En nuestro regreso al departamento recorrimos casi por casualidad un poco el barrio gótico, una de las cosas que destaco de la ciudad. Tengo debilidad por los barrios antiguos, qué decirles.


 


Ante-último día. Visitamos varias catedrales a lo largo de todo el viaje, pero la Catedral de Barcelona se lleva el puesto número uno. La oscuridad que transmite creo que muestra de forma visceral la naturaleza misma de una liturgia que se forja en las tinieblas de sus más crudas estatuas y monumentos. Un dato de color, pero importante, es el ruido a aves que escuchábamos desde el interior, hasta que salimos por el fondo y nos llevamos una sorpresa inmensa. Ese sonido provenía de una horda de GANZOS (o patos, aún lo estamos discutiendo) se encontraban enjaulados en el jardín de la Catedral. ¿Qué función cumplían allí? Un verdadero misterio.

Visitamos el Hospital San Pau y nuevamente el puerto, pero finalmente me saqué el gustito de presenciar un mini concierto. Fuimos al Palau de la Música, donde Big Bang Beethoven estaba ensayando para sus conciertos en unos días allí mismos. Hermoso por cada rincón, casi me da un infarto cuando escuché los primeros compases del tercer movimiento de la 7ma sinfonía de Beethoven.  Este grupo brinda una mezcla de música académica, jazz, flamenco entre otros estilos. Sus músicos bailan y recorren el escenario, sin perder en ningún momento la coordinación entre ellos. Interpretan fragmentos originales del compositor alemán pero también realizan varias variaciones y adaptaciones de diversos temas. 

La noche culminó con ramen como cena. Dato curioso, la comida de origen oriental, titulaba el nombre del restaurante que teníamos frente al departamento. No sabemos si nadie nunca pide esa comida típica, pero la confusión al decir qué queriamos comer y un menú oculto de vaya a saber hace cuanto, nos hizo pensar que nadie en mucho tiempo pedía ese plato japonés. Quien nos atendió también tenia varias dificultades con el idioma pero lograba hacerse entender con rapidez. Para nuestra sorpresa (fuimos porque en realidad lo teniamos bastante cerca) el ramen era riquisimo y altamente recomendable.

   


Por último, fuimos al Laberinto de Horta, donde el sol logró picar bastante; Nuestras caras, rojas, podían evidenciarlo. Hermoso para pasar el día, tomar mates, y perderse entre la inmensidad de su espacio verde que cuenta además con una cascada en su interior. Al llegar la noche teníamos una cita en La Pedrera, donde nuevamente Gaudí sería el eje temático en cuestión. Se trata, otra vez, de una lujosa casa para un matrimonio de alto poder adquisitivo, donde actualmente funcionan determinados pisos en alquiler. Muy buena decisión hacer la visita de noche, ya que al llegar a la terraza, con ayuda de unos proyectores, se realiza un juego de luces sobre algunas chimeneas que tienen forma de guerreros. Esto, acompañado de música épica, con la luna de fondo, logra a crear un excelente clima.  Para cerrar la noche Barcelonense fuimos a por unas birras y una pizza. En el podio con respecto a esas ternas seguía estando Berlín. Pero aún nos quedaba Nápoles en el tintero.  




 

Expectativas muy altas. Poca suerte en algunas atracciones. Un humor que no acompañaba. Barcelona me resultó similar en varios aspectos a Buenos Aires, ciudad que no extrañaba  en lo absoluto. Su cercanía a la religión, la actitud de algunas personas, e incluso esos grises políticos que se podía percibir en las calles. Me paré frente a Barcelona con una visión crítica más que placentera.  Pero cabe destacar que la experiencia en el Palacio de la Música o el simple recorrido del Barrio Gótico, son momentos que destaco ampliamente. 


Al día siguiente madrugamos y volamos. El sueño y el cansancio nos pasarían factura en suelo italiano.






Segunda expedición: Guten Tag Berlin!


Antes de comenzar con la travesía germana, cabe mencionar algunos datos romanos que se me pasaron por alto.

Hubo una visita de la cual no hay fotos porque sencillamente no estaban permitidas. Fuimos  a Appia Antica a visitar las catacumbas. Fue interesante sumergirse en este llamativo culto a la muerte. Pudimos visitar únicamente el de San Sebastián, quien fue condenado a muerte por ser cristiano, en un momento de la historia donde esta religión aun no era hegemónica.

Otro dato interesante, pero no menor, fue la desilusión con la pizza. Extremadamente finita, poca salsa, insulsa y vacía. Nada que envidiar a las nuestras.


Ahora sí. Llegamos a nuestro nuevo destino en Charlottenburg, Berlín. La noche allí nos recibió fría y lluviosa. La nota de color de donde nos hospedamos es que su propietario, quien muy amable que nos ayudó a movilizarnos con los medios de transporte de allí,  tenía una devoción genial por los gatos, y como no podía ser de otra manera, convivía con una hermosura gorda a la cual decidimos rebautizar como Miguel (Andy, su humano, nos había dicho su nombre, pero se nos olvidó). Desayunamos junto a él varias veces mientras él alimentaba su ser con un platón repleto de atún. 


Sus enormes edificios modernistas, sus trenes e incluso colectivos parecían literalmente de otro mundo. Una ciudad pulcra por donde se la mire y ordenada en cada milímetro de su espacio. Nos topamos con Berlineses un tanto toscos, que manifestaban hablar solo alemán o manejar un inglés casi inentendible y era percibible lo molesto que les resultaba intentar comunicarse o hacerse entender. Lo que lamentábamos era lo temprano que para esa ciudad finalizaba la noche. Buscar lugar donde cenar podía ser una verdadera odisea. Y cuando me refiero al orden y estructura de esta ciudad, es probable confundirse con facilidad. ¿Para tanto? Y bueno, les cuento que una noche intentamos ingresar al EDIFICIO EQUIVOCADO. Se parecen mucho, che…


Nuestra primera visita fue al Palacio Charlottenburg, ya que estábamos a unas pocas cuadras. El clima era frio, pero el sol siempre a nuestro favor, lograba amortiguar el viento helado que nos golpeaba de frente. El Palacio en cuestión cuenta con enormes salas donde el lujo sobresale por cada esquina. Es un castillo del año 1600 aproximadamente que tuvo que ser en gran medida restaurado después de la Segunda Guerra. El mismo cuenta con un bellísimo jardín real, donde nuevamente, el mate hubiese sido una compañía excelente.

  

Ya era hora de comer y emprendimos búsqueda de un lugar rico y barato.  Casualidades de la vida o no, ingresamos a un lugar prácticamente vacío donde sonaba de fondo una tarantela. Italia no nos quería soltar así que nos topamos con un veneciano muy amable que hablaba español. Un verdadero alivio ya que la mayoría de los alemanes no se caracterizan por su buena predisposición por ayudarse a entender con nosotras.

Lo que siguió fue la Columna de la Victoria. Uno de los lugares más representativos de la capital alemana. Situada en el centro de la ciudad y conocida como Siegessäule en alemán, es una columna de 69 metros de altura que se alza sobre una rotonda del parque Tiergarten. Les puedo asegurar que un puestito de agua mineral abajo sería un negocio ideal. Subir esos metros nos dejaron exhaustas.


 


Al día siguiente hicimos una visita, para nosotras, obligada. Hablo del campo de concentración Sachsenhausen. Después de un largo viaje, el clima nublado y lluvioso nos acompañó durante toda esta fuerte experiencia. Con la ayuda de un audioguía, el camino lo iba marcando uno mismo. Nos tomó prácticamente todo el día recorrerlo. Monumentos, placas, exposición de ropas de la época, videos que transmitían la ideología imperante en ese momento. El campo no habla solamente de un régimen completamente macabro, sino también de la complicidad de una sociedad que hacía oídos sordos a lo que estaba ocurriendo.

 


Explotados laboralmente, denigrados, humillados, torturados y fusilados, hoy se reconocen aproximadamente más de 30 mil muertes en ese  lugar. Hacer la visita con un audioguia por momentos resultaba inaudito escuchar a través de la grabación de una maquina brindar datos, números, testimonios con cierta frialdad que por momentos me generaba rechazo.

En 1945, las tropas soviéticas liberaron a los supervivientes del campo. Los testimonios acerca de ese momento hacían erizar la piel. El horror en primera persona.


Nuestro último día en esta fría ciudad prometía a ser bastante movida, ya que aún nos quedaban varios pendientes en la lista. Entre ellos, el muro. Tv Tower, fue nuestro punto de partida. Es un edificio modernista muy llamativo que ofrece una vista panorámica de la ciudad increíble. Desde allí, Alexanderplatz, emprendimos viaje a East Side Gallery. El frio golpeaba en nuestras caras más que otros días pero eso no nos detuvo. Más de cien murales que gritaban a través de sus imágenes la fuerza y esperanza al finalizar la Guerra Fría.

  

Continuamos pateando hasta llegar al Reichstag, edificio emblemático y la puerta de Brandemburgo. El cansancio iba pasando factura de a poco pero estábamos ávidas de contemplar con nuestros ojos el lugar donde las tropas de la SS desfilaron la tarde del ascenso de Hitler al poder. A pocos metros llegamos al monumento del Holocausto.  Un enorme patio con bloques de cemento, que simulan una especie de cementerio. Es posible perderse entre esta imponente obra.  Decidimos descansar un poco ahí y saldar una deuda pendiente que vimos la primera noche que llegamos. 

 

Zur Mieze Katzenmusik Café fue el lugar elegido para nuestra merienda. Aunque merendar no era lo que precisamente nos llamaba el lugar. El lugar pertenece a seis adorables gatitos, los cuales cuentan con sus salas de dormir, juegos, e incluso música suave de piano que ayuda a transmitir mucha paz al espacio. En la carta para pedir, se encuentran fotos de los felinos con una breve descripción de su vida; donde fueron encontrados y características de su personalidad. Había algunos más sociables que otros, bastante gordos todos y era casi inevitable quitar la vista a donde ellos se encontraban.
      



La sorpresa de la noche fue el menú de nuestra última cena en Berlín. Improvisamos algo al paso así que compramos una pizza para llevar y una birra  que nos llamó la atención. La mejor decisión tomada sin lugar a dudas. Ambas, a mi gusto, encabezan el podio. La pizza, de vegetales, y la cerveza de limón, fueron una combinación perfecta. De esta forma terminamos de armar las valijas y a dormir, porque al día siguiente nos esperaba Barcelona.


Lo mejor de nuestra visita fue la visita al Campo Sachsenhausen. La comida típica, algunas salchichas, chucrut y unos curiosos panchos con picante, fueron algunas muy buenas opciones tomadas. No obstante, no llegaría a compararse a las pastas Italianas. Mi corazón había quedado en Roma y Berlín no llegó a conquistarlo. 

Expedición Romana


Revivo este pequeño espacio para hacer catarsis sobre un viaje, el cual me desborda en anécdotas, reflexiones y conclusiones al respecto. Por momentos literario, por otros poético, filosófico, pero muy lejos de ser algo meramente informativo. Es una visión completamente subjetiva, pero que se presta a futuros debates o simplemente al más predecible olvido.


Roma fue el primer destino. Mi cómplice en esta travesía, Tam, ya había pisado suelo italiano hace unos años. Nos costó poco organizarnos lo cual nos permitió llegar a conocer lugares que no estaban previstos. Nuestros pies, testigos de nuestro incesante andar, son los verdaderos héroes de esta historia. El único medio de transporte utilizado a diario fue el metro ya que la ciudad nos invitaba a toda hora a ser recorrida a pie sin ningún reparo.

La fría noche de la ciudad nos recibió cansadas después de dos días de viaje entre combinaciones y escalas (Bs As – Iguazú- - Sao Pablo – Frankfurt – Roma). A pocas cuadras de donde nos hospedamos dimos con un restaurante que tenía tintes de ser familiar.  Allí mi paladar probó los mejores ñoquis hasta el momento y la birra, suave, se mantuvo primera en mi ranking por varios días. Podría dedicar más líneas al respecto pero, créanme, no podrían mis palabras hacer justicia a las pastas italianas.



Al día siguiente comenzamos a recorrer. Visitas obligadas tales como el Vaticano, Capilla Sixtina  prestaban a nuestros ojos una vista hermosa acompañada de un cielo completamente despejado. Sin embargo, tal vez por la cantidad de gente, no me permitió conectar con la capilla y los detalles que figuraban en cada rincón de la obra de Miguel Ángel. Una maravilla del Renacimiento, era habitada por cientos de personas. Si bien se consideraba a si mismo más un escultor que un pintor, resulta inaudito percibir tanta perfección incluso en los detalles. Pero repito, no fue precisamente un momento que destaque.







Lejos, La Fontana di Trevi, cubierta por un cielo estrellado, fue sin dudas superlativamente hermoso a todo lo que haya visto antes o después.

 La noche, cubría de un velo oscuro la inaudita belleza que frente a mis ojos estaba. Deseos que viajaban en forma de monedas a la fuente, silencio entre el caos, paz entre la muchedumbre; contradicciones que brillaban por su encanto. El tiempo por momentos se detuvo, y La Fontana tomaba como préstamo un retazo de tu alma. Algo así no envejece. Algo allí te devuelve. Silencio y paz, entre el caos y la muchedumbre.

Al día siguiente continuamos camino hacía el Castillo  Sant'Angelo, inmenso con un espacio verde que se prestaba a nuestros típicos mates (el cual extrañamos bastante). Músicos callejeros,  calles empedradas, un aire a viejo barrio que te recibe como si estuvieses en su casa. Con esa presentación, luego, íbamos adentrándonos en Trastevere, donde no solamente comí una lasaña increíble sino que también mi paladar se dio el festín al tomar el mejor helado que probé durante todo el viaje. 





Al acercarnos al final de nuestra estadía, aún nos quedaban algunas visitas obligadas. El Coliseo, Foro Romano, Palatino y el Palacio Doria. El día estaba cubierto de nubes, pero el clima estuvo nuevamente a nuestro favor ya que durante la tarde se iría despejando. En el Coliseo contratamos una guía, en parte para poder saltar la inmensa fila de gente que teníamos por delante. Interesante y entretenida, la escuchábamos a través de unos auriculares muy prácticos.

Lamentamos el cambio de guía al ingresar al foro, ya que en este caso Alfonso, solo tenía un parlante como instrumento para comunicarse con nosotros. Era prácticamente un mimo porque se perdía su voz entre el inmenso espacio verde y los grupos de gente alrededor. Nota de color; una turista se quejó porque había gente fumando, al aire libre… creímos presenciar alguna pelea, pero quedó en la nada y decidimos cortarnos e ir a recorrer por nuestra cuenta con nuestras amigas las gaviotas.



















Ya se acercaba el final y las últimas imágenes que nos quedarían en nuestra retinas de Roma serían, nuevamente La Fontana (de día se pueden apreciar mejor algunos detalles, pero la noche la hace aún más hermosa), La Pirámide Cestia que se encuentra junto a la Porta San Paolo y al Cementerio Protestante al cual pudimos ingresar. Varios monumentos sobre las tumbas constituían una verdadera obra de arte. El espacio verde era bastante amplio y el lugar se encontraba habitado por varios gatos, gordos, muy gordos, que, ariscos unos, mimosos otros, recibieron nuestros mimos por un buen rato.


                       




Después de pensar que el vuelo salía varias horas más tarde, caímos en la cuenta que teníamos que salir corriendo al aeropuerto. ¿Distraídas? Bastante. Pero Berlín no se nos iba a escapar.