Próxima expedición, Barcelona.

El viaje ya iba por la mitad y aún nos faltaba Barcelona.  Debo admitir que mis expectativas sobre esta ciudad eran bastante grandes y su encanto no logró cautivarme por completo. 


Llegamos por la tarde del 23 de febrero, compramos el ticket del bus en cuestión, y emprendimos camino hacía al departamento donde nos hospedaríamos.  Giancarlo, nuestro contacto en AirBnb no iba a estar ese día así que quien fue la encargada de recibirnos fue Viviana, su pareja. De Brasilia, la misma no fue muy comunicativa con nosotras al llegar. Por momento me sentí algo incómoda ya que contrarrestaba bastante con nuestros anteriores anfitriones. Más tarde, su voz cobró  otro tono y nos confesó no manejar muy bien el idioma español. Hace dos años que vive allí junto a su familia y aún no logra adaptarse “Parece que quieren Barcelona solo para ellos”. Bruno, su hijo de unos 8 años aproximadamente, tampoco logra encajar en la escuela. Realmente el idioma crea una distancia irreparable y esa incomodidad se transformó solo en brillo en sus ojos al hablar del calor latinoamericano. Es interesante  conocer estas historias y ver esos grises que ante los ojos turistas pueden pasar por alto.

Dejamos nuestras cosas, y sin perder ni un minuto más salimos a recorrer un poco. En principio hicimos un vistazo general de todo. Caminamos por la Rambla que brillaba por si sola entre luces y puestos de comida. Nos encontramos con La Boqueria, un mercado inmenso cuna de todo tipo de alimentos, constituye una verdadera atracción turística. Dimos un par de vueltas y el hambre ya no podía seguir siendo ignorado. A diferencia de Berlín, para nuestro alivio, los lugares no cierran tan temprano y nos dimos con el gusto de comer una paella, acompañada de una tortilla de papa, cerveza y sangría (algo así como clericó con vino tinto) Finalizamos la noche sentadas frente a Port Vell observando a las gaviotas dormitar sobre el agua. Decidimos seguir su ejemplo y retomamos nuestro rumbo al departamento.





Al día siguiente nos esperaban dos obras del maestro Gaudí. Por un lado La Sagrada Familia, cuya inmensidad arquitectónica deja anonadado a quien ose en posar sus ojos sobre cualquiera de sus rincones. Tal vez en otro momento de mi vida el impacto hubiese sido mayor, no obstante, no llegué a sentirme interpelada en profundidad por este lugar. Desde el comienzo, Tam, se vio obligada por unos de sus guardias a dejar su pañuelo verde en la entrada. La impronta religiosa, me hizo sentir cerca de una de las cosas que menos me atrae de Bs As, y es esa dificultad de separar la religión en algunos ámbitos. Si bien hablamos de una obra emblemáticamente de la liturgia religiosa, es concebida también como una maravilla de la arquitectura que puede ser apreciada sin importar la creencia de cualquiera de sus visitantes. 
 

En las calles se veían carteles de protesta, pidiendo por la liberación de presos políticos. La ciudad hoy en día está llevando a cabo el juicio a los independentistas catalanes. Se puede percibir esa división en la sociedad con respecto a ese tema y sin ir muy lejos, presenciamos desde lejos una pequeña manifestación al respecto.


Nuestra próxima visita fue la Casa Batllo. Una de las peores decisiones tomadas sin dudas. La entrada, cara, solo nos permitió visitar un retazo de esta casa construida también por el genio Gaudí, ya que en gran parte se encontraba en refacción. Una verdadera pérdida de tiempo y dinero. Y la verdad que ya observar edificios donde vivieron solo un par de personas rodeadas de lujo y más lujo, comenzaba a molestarme un poco.


Algo similar nos sucedió al día siguiente en el Park Güell. Pero por suerte pudimos recorrer bastante a pesar de un sector estar cerrado al paso por refacción. Luego de las típicas fotos y selfies obligadas de todo turista  nuestro camino continuó hacía Barceloneta. Almorzamos, de forma abundante, cabe destacar y fuimos hacía la costa. Contemplar el mar, la paz, bajo el sol, me permitió aclarar algunas cosas en mi mente, que ya bastante enroscada venía. Se aclaró tanto, que en medio de un recorrido entre las piedras, pisé mal y me comí un golpe importante, que incluyó empaparme de forma parcial. Mal humor, dolor, frio, calor.  Barcelona me estaba haciendo pagar derecho de piso de forma literal. En nuestro regreso al departamento recorrimos casi por casualidad un poco el barrio gótico, una de las cosas que destaco de la ciudad. Tengo debilidad por los barrios antiguos, qué decirles.


 


Ante-último día. Visitamos varias catedrales a lo largo de todo el viaje, pero la Catedral de Barcelona se lleva el puesto número uno. La oscuridad que transmite creo que muestra de forma visceral la naturaleza misma de una liturgia que se forja en las tinieblas de sus más crudas estatuas y monumentos. Un dato de color, pero importante, es el ruido a aves que escuchábamos desde el interior, hasta que salimos por el fondo y nos llevamos una sorpresa inmensa. Ese sonido provenía de una horda de GANZOS (o patos, aún lo estamos discutiendo) se encontraban enjaulados en el jardín de la Catedral. ¿Qué función cumplían allí? Un verdadero misterio.

Visitamos el Hospital San Pau y nuevamente el puerto, pero finalmente me saqué el gustito de presenciar un mini concierto. Fuimos al Palau de la Música, donde Big Bang Beethoven estaba ensayando para sus conciertos en unos días allí mismos. Hermoso por cada rincón, casi me da un infarto cuando escuché los primeros compases del tercer movimiento de la 7ma sinfonía de Beethoven.  Este grupo brinda una mezcla de música académica, jazz, flamenco entre otros estilos. Sus músicos bailan y recorren el escenario, sin perder en ningún momento la coordinación entre ellos. Interpretan fragmentos originales del compositor alemán pero también realizan varias variaciones y adaptaciones de diversos temas. 

La noche culminó con ramen como cena. Dato curioso, la comida de origen oriental, titulaba el nombre del restaurante que teníamos frente al departamento. No sabemos si nadie nunca pide esa comida típica, pero la confusión al decir qué queriamos comer y un menú oculto de vaya a saber hace cuanto, nos hizo pensar que nadie en mucho tiempo pedía ese plato japonés. Quien nos atendió también tenia varias dificultades con el idioma pero lograba hacerse entender con rapidez. Para nuestra sorpresa (fuimos porque en realidad lo teniamos bastante cerca) el ramen era riquisimo y altamente recomendable.

   


Por último, fuimos al Laberinto de Horta, donde el sol logró picar bastante; Nuestras caras, rojas, podían evidenciarlo. Hermoso para pasar el día, tomar mates, y perderse entre la inmensidad de su espacio verde que cuenta además con una cascada en su interior. Al llegar la noche teníamos una cita en La Pedrera, donde nuevamente Gaudí sería el eje temático en cuestión. Se trata, otra vez, de una lujosa casa para un matrimonio de alto poder adquisitivo, donde actualmente funcionan determinados pisos en alquiler. Muy buena decisión hacer la visita de noche, ya que al llegar a la terraza, con ayuda de unos proyectores, se realiza un juego de luces sobre algunas chimeneas que tienen forma de guerreros. Esto, acompañado de música épica, con la luna de fondo, logra a crear un excelente clima.  Para cerrar la noche Barcelonense fuimos a por unas birras y una pizza. En el podio con respecto a esas ternas seguía estando Berlín. Pero aún nos quedaba Nápoles en el tintero.  




 

Expectativas muy altas. Poca suerte en algunas atracciones. Un humor que no acompañaba. Barcelona me resultó similar en varios aspectos a Buenos Aires, ciudad que no extrañaba  en lo absoluto. Su cercanía a la religión, la actitud de algunas personas, e incluso esos grises políticos que se podía percibir en las calles. Me paré frente a Barcelona con una visión crítica más que placentera.  Pero cabe destacar que la experiencia en el Palacio de la Música o el simple recorrido del Barrio Gótico, son momentos que destaco ampliamente. 


Al día siguiente madrugamos y volamos. El sueño y el cansancio nos pasarían factura en suelo italiano.






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