Revivo este pequeño espacio para hacer catarsis sobre un
viaje, el cual me desborda en anécdotas, reflexiones y conclusiones al
respecto. Por momentos literario, por otros poético, filosófico, pero muy lejos
de ser algo meramente informativo. Es una visión completamente subjetiva, pero
que se presta a futuros debates o simplemente al más predecible olvido.
Roma fue el primer destino. Mi cómplice en esta travesía,
Tam, ya había pisado suelo italiano hace unos años. Nos costó poco
organizarnos lo cual nos permitió llegar a conocer lugares que no estaban
previstos. Nuestros pies, testigos de nuestro incesante andar, son los
verdaderos héroes de esta historia. El único medio de transporte utilizado a diario fue
el metro ya que la ciudad nos invitaba a toda hora a ser recorrida a pie sin ningún
reparo.
La fría noche de la ciudad nos recibió cansadas después de
dos días de viaje entre combinaciones y escalas (Bs As – Iguazú- - Sao Pablo –
Frankfurt – Roma). A pocas cuadras de donde nos hospedamos dimos con un
restaurante que tenía tintes de ser familiar.
Allí mi paladar probó los mejores ñoquis hasta el momento y la birra,
suave, se mantuvo primera en mi ranking por varios días. Podría dedicar más líneas
al respecto pero, créanme, no podrían mis palabras hacer justicia a las pastas
italianas.
Al día siguiente comenzamos a recorrer. Visitas obligadas
tales como el Vaticano, Capilla Sixtina
prestaban a nuestros ojos una vista hermosa acompañada de un cielo
completamente despejado. Sin embargo, tal vez por la cantidad de gente, no me permitió
conectar con la capilla y los detalles que figuraban en cada rincón de la obra
de Miguel Ángel. Una maravilla del Renacimiento, era habitada por cientos de personas.
Si bien se consideraba a si mismo más un escultor que un pintor, resulta
inaudito percibir tanta perfección incluso en los detalles. Pero repito, no fue
precisamente un momento que destaque.
Lejos, La Fontana di Trevi, cubierta por un cielo
estrellado, fue sin dudas superlativamente hermoso a todo lo que haya visto
antes o después.
La noche, cubría de un velo oscuro la inaudita
belleza que frente a mis ojos estaba. Deseos que viajaban en forma de monedas a
la fuente, silencio entre el caos, paz entre la muchedumbre; contradicciones que
brillaban por su encanto. El tiempo por momentos se detuvo, y La Fontana tomaba
como préstamo un retazo de tu alma. Algo así no envejece. Algo allí te devuelve.
Silencio y paz, entre el caos y la muchedumbre.
Al día siguiente continuamos camino hacía el Castillo Sant'Angelo, inmenso con un espacio verde que
se prestaba a nuestros típicos mates (el cual extrañamos bastante). Músicos
callejeros, calles empedradas, un aire a
viejo barrio que te recibe como si estuvieses en su casa. Con esa presentación,
luego, íbamos adentrándonos en Trastevere, donde no solamente comí una lasaña increíble
sino que también mi paladar se dio el festín al tomar el mejor helado que probé
durante todo el viaje.
Lamentamos el cambio de guía al ingresar al foro, ya que en este caso Alfonso, solo tenía un parlante como instrumento para comunicarse con nosotros. Era prácticamente un mimo porque se perdía su voz entre el inmenso espacio verde y los grupos de gente alrededor. Nota de color; una turista se quejó porque había gente fumando, al aire libre… creímos presenciar alguna pelea, pero quedó en la nada y decidimos cortarnos e ir a recorrer por nuestra cuenta con nuestras amigas las gaviotas.
Ya se acercaba el final y las últimas imágenes que nos quedarían en nuestra retinas de Roma serían, nuevamente La Fontana (de día se pueden apreciar mejor algunos detalles, pero la noche la hace aún más hermosa), La Pirámide Cestia que se encuentra junto a la Porta San Paolo y al Cementerio Protestante al cual pudimos ingresar. Varios monumentos sobre las tumbas constituían una verdadera obra de arte. El espacio verde era bastante amplio y el lugar se encontraba habitado por varios gatos, gordos, muy gordos, que, ariscos unos, mimosos otros, recibieron nuestros mimos por un buen rato.
Después de pensar que el vuelo salía varias horas más tarde, caímos en la cuenta que teníamos que salir corriendo al aeropuerto. ¿Distraídas? Bastante. Pero Berlín no se nos iba a escapar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario